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¿Dónde se originó el postre?

marzo 28, 2022

Quién inventó el postre después de la cena

Una noche de 1529, en Ferrara (Italia), se preparó un gran banquete para la boda de un rico noble italiano con la princesa Renée de Francia, hija del rey Luis XII. Según Michael Krondl en Sweet Invention: A History of Dessert, los elegantes venecianos estaban obsesionados con el azúcar, llegando a adornar sus mesas de banquetes con relucientes esculturas de azúcar blanco. Los provincianos de Ferrara tenían que mejorar su juego con una compañía tan lujosa en la ciudad; un enfrentamiento con el azúcar era inevitable.

Así, el menú de la cena incluía aves de caza bañadas en manjar blanco, una salsa de crema y azúcar espesada con almidón, y rematada con, ya lo han adivinado, más azúcar. Los buñuelos de tuétano fritos se mojaban en jarabe de azúcar. Las anguilas se cocinaban en mazapán, evidentemente, y las lampreas dentadas con forma de tubo se asaban y se servían en una salsa de su propia sangre endulzada. Por si el valor del azúcar no estuviera ya claro, para el noveno y último plato se presentó una tarta gigante. Su corteza no estaba rellena de fruta azucarada, sino de montones de brillantes joyas.

Historia de los postres en América

Comer un dulce después de comer (o en cualquier momento del día) es un placer. Lo más curioso y lo que muchos pueden desconocer es que la costumbre de comer dulces se remonta a la Antigua Roma. Aunque los dulces comenzaron a popularizarse con el descubrimiento de la miel de abeja muchos años antes no fue hasta la llegada del Imperio Romano cuando se extendió la costumbre de comer dulces al final de la comida.

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El postre era como poner el broche de oro a una gran comida. Era la forma de realzar todo lo comido anteriormente además de ser un importante complemento en cuanto a aporte de nutrientes. No hay que olvidar que muchos dulces tradicionales contienen productos como frutos secos, cereales, aceite… que son fundamentales.

Cómo decíamos tomar el postre tiene sus raíces en el Imperio Romano. Seguro que has visto en más de una película las fiestas que se daban. En estas copiosas comidas se servían numerosos platos y entre plato y plato salado era habitual servir dulces. A esta costumbre los romanos la llamaron mesae secundarias. Una práctica que ha perdurado hasta nuestros días.

Libro de historia de los postres

Uno de los factores podría ser el impulso primario de nuestro cerebro de consumir tantas calorías como sea posible. Según el científico especializado en alimentación Steven Witherly, nuestro apetito disminuye cuando comemos demasiado del mismo tipo de comida. Cuando comemos el plato salado, reducimos rápidamente nuestra sensación de hambre y nos llenamos, ya que el placer del primer plato (salado y caliente) ha pasado. Pero cuando volvemos a comer un nuevo plato (dulce y frío), nuestro apetito se revitaliza y volvemos a disfrutar de los placeres de la comida”, escribe Witherly en “Why Humans Like Junk Food” (Por qué a los humanos les gusta la comida basura). La grasa es un inhibidor muy potente del vaciado gástrico, lo que permite que el azúcar o los azúcares del postre saquen agua del estómago en un esfuerzo por diluir el contenido. Un donut de Krispy Kreme -o peor aún, un buñuelo de manzana- puede provocar malestar gástrico en algunas personas, pero no después de una comida completa”, escribe Witherly.

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Comida de postre

Una noche de 1529, en Ferrara (Italia), se planeó un gran festín para la boda de un rico noble italiano con la princesa Renée de Francia, hija del rey Luis XII. Según Michael Krondl en Sweet Invention: A History of Dessert, los elegantes venecianos estaban obsesionados con el azúcar, llegando a adornar sus mesas de banquetes con relucientes esculturas de azúcar blanco. Los provincianos de Ferrara tenían que mejorar su juego con una compañía tan lujosa en la ciudad; un enfrentamiento con el azúcar era inevitable.

Así, el menú de la cena incluía aves de caza bañadas en manjar blanco, una salsa de crema y azúcar espesada con almidón, y rematada con, ya lo han adivinado, más azúcar. Los buñuelos de tuétano fritos se mojaban en jarabe de azúcar. Las anguilas se cocinaban en mazapán, evidentemente, y las lampreas dentadas con forma de tubo se asaban y se servían en una salsa de su propia sangre endulzada. Por si el valor del azúcar no estuviera ya claro, para el noveno y último plato se presentó una tarta gigante. Su corteza no estaba rellena de fruta azucarada, sino de montones de brillantes joyas.

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